Mi memoria está ligada a la cocina, como espacio, como fuente de alimento y también de placer. Mi padre decía que era la habitación más importante de la casa. En ella no solo nos reuníamos a comer: allí hacíamos los deberes mientras mamá horneaba masitas para la tarde o la leche asada para la cena; allí oíamos la radio, jugábamos al Ludo, escuchábamos historias y pintábamos mientras ella nos leía a Rubén Darío. Aprendí a cocinar para ayudarla y descubrí el placer de inventar platos y probar sabores. Hasta hoy, me gusta recibir en casa, tender la mesa, reunir familia o amigos, disfrutar con el olor de las especias, de un buen guiso, del chardonais en los hongos o un tinto recién descorchado.
«Las ilustraciones, en recuerdo de mi madre, transmiten la añoranza de una época inocente y feliz, capaz de crear la atmósfera necesaria cuando nos disponemos a cocinar para los que compartirán nuestra mesa, sin importar si es un bocado o un festín. El rito que inició la sociedad humana comienza con el fuego, la gente y el compartir los alimentos. De ahí el elogio de la cocina».
Cristina Bajo